jueves, 12 de noviembre de 2009

Insomne

Habían sido apenas diez estúpidos minutos y su agonía era infinita. Tendía bajo las sábanas y sin almohada, muriendo en un calor aséptico que sólo le recordaba aquella sensación de embotamiento y estatismo. La oscuridad bajo sus párpados se había vuelto mucho más negra, recordando tan sólo al negro que se encuentra en la noche en pleno Atlántico y a mil metros de profundidad. La presión, curiosamente, venía del mismo lugar. Su corazón, siempre oportuno, latía a esa velocidad en la que sabes que algo mal y no vas a poder dormir, a esa velocidad a la que sólo las disculpas y los besos saben viajar; y todo por un pensamiento.

Ese pensamiento y no otro le había reventado en plena cara. Estaba rendido y sabía que mañana lo estaría más si no lograba conciliar el sueño. Con todo, su patética mente romántica quería jugársela, porque sabía que no era justo y tenía que restregárselo, haciéndole pasarlo peor.

A pesar de su situación, su respiración era inalterable: sabía tragarse su mierda y aguantar, como se aguantaban sus lágrimas, sólo porque no merece la pena. Y, de repente, sostuvo la respiración. En medio de toda esa burla que su cuerpo y mente le estaban jugando se percató de que había olvidado el pensamiento que tanto le había turbado. Podría recurrir a ligeras pesquisas y, con bastante probabilidad, localizar al cretino, retozando en algún banco de su mente; pero eso era algo con lo que no quería jugar. Así, sólo podría seguir adelante y romperse y relajarse y descansar. Por nada del mundo iba a romperse, no hoy, no ahora, no por esto… Y ahí estaba otra vez el pensamiento: con una sonrisa burlona y una chaqueta de cuero. ¡Cómo odiaba las chaquetas de cuero! Se enorgullecía de que nunca le habían sentado bien, pero no eran más que una excusa. Una excusa para no enfrentar el verdadero odio, que digo odio; una excusa para no enfrentar el verdadero miedo. Tenía miedo de muchas cosas; pero, aquí y ahora, sobre todo tenía miedo de ese pensamiento, miedo de sus burlas, miedo de su significado, miedo de lo que eran, miedo del recuerdo de la realidad.

Se revolvió y, abriendo los ojos, contempló que la eternidad a veces sólo dura quince minutos en un despertador digital. Se giró y sentó sobre el colchón. Le esperaba una noche larga, como había tenido pocas en su vida.

No entendía porqué le estaba pasando esto. Él sólo quería dormir y por Dios que lo necesitaba. Se centró momentáneamente en lo que quería –ignorando lo que su alma deseaba-: una oleada de nada en su cabeza, poder dormir como embriagado y, ante todo, no romperse. No. La culpa es de la luna, que afecta a las mareas y, del mismo modo que las modifica, la muy presuntuosa estaba mareándole desde las alturas en un constante ir y venir, un constante subir y bajar. Le habría gustado bajar de aquella montaña rusa, pero en la vida uno no puede bajarse así como así.

Al final sólo tenía claro una cosa: el miedo no iba a ganarle esta baza y él iba a dormir. Aun podría aprovechar unas cuatro horas de sueño si se esforzaba en su tarea; así que, se levantó y se dirigió al salón y encendió las luces. Fue directo. Sacó un vaso, una botella y empezó a beber para poder dormir como embriagado y, ante todo, no romperse. El problema es que no lo consiguió.

1 comentario: