martes, 29 de septiembre de 2009

Carnaza

Danza de los Lamentos - Salvador Espasa

Salta, joder, salta. Toda tu vida encerrado en un nido de ramas, seguridad y seso. Sacude la razón, hazle el amor al instinto y salta.

Los nervios, el miedo, las dudas: préndeles fuego y lánzalos. Que se consuman en el aire y vuelen allí donde no sean nada, donde ya no puedan verse.

La euforia, la pasión, el azar: zambúllete en sus aguas. Báñate en el caos y deja que te impregne, te abofetee y te haga estremecer de placer.

Salta. Deja de lado la calma y la quietud. Sumérgete en la vorágine y salta. Siente que el aire atiza tus extremidades mientras desciendes en caída libre. Obliga a tus ojos a permanecer abiertos para descubrir cómo el suelo se avalanza sobre tí. Disfruta la velocidad, abraza la ingravidez y masturba tu hipófisis hasta el más puro éxtasis.

Ahora, devórame hasta las entrañas.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Jódete naturaleza

- ¿Has visto eso?
- ¿El qué?
- Eso.
- ¿Te refieres a Eso?
-
Exacto. ¿De dónde ha salido?
- No lo sé. Aun no sé de qué me estás hablando.
- Joder. Del castor.
- ¿El castor?
- Sí, coño. Ahí, en la máquina de escribir.
- Hostia. ¿Qué coño hace un castor escribiendo?
- Supongo que escribir sus memorias.
- ¿Y qué memorias tiene un castor? ¿Diques y dientes limpios?
- Pero este castor no es un castor cualquiera. Es un castor escritor.
- Bueno... Que esté en una máquina de escribir no significa que sea escritor. Quizás está redactando un documento oficial.
- Ya, pero hay símbolos inequívocos de que es escritor.
- ¿Como cuáles?
- El gran taco de papel escrito a su izquierda, las gafas medio caídas, la vista cansada, la postura encorvada, la montaña de cigarrillos consumidos en el cenicero, el vaso de whisky a medio beber... Además tengo un libro suyo. Sale en la contraportada.
- Ah. Pensaba que era por la camiseta.
- ¿Qué pasa con la camiseta?
- Que pone: "Sí, soy un castor de éxito: jódete naturaleza."
- Sí, también.
- ¿Y qué tal está su libro?
- Psché. No está mal. Muy de castor.
- ¿Pero cómo escribe un castor?
- Compacto, fangoso, con las letras muy juntas... Ya sabes. Y es resistente al agua.
- ¿El libro?
- Sí, exigencias del autor. Supongo que querría enseñárselo a su familia.
- Sí, es comprensible.
- Parece que tiene una buena vida.
- Sí. No se le ve con problemas.
- Es lo que conlleva el éxito: dinero, fama, mujeres... Además, con una actividad como esa, seguro que tienes tiempo de autoexplorarte a tí mismo.
- Sí... Me encantaría tener todo eso.
- Ya. Y a mí.
- Deberíamos tomar ejemplo de él.
- Estoy de acuerdo.
- ¿Crees que se me daría bien?
- ¿A tí? Seguro. ¿Y yo?
- Serías un genio.
- Guay. Pues intentémoslo.
- ¡Sí!
- ...
- ¿Dónde podemos hacernos castores?
- Ni idea.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Reencuentro

Song for Jesse - Nick Cave & Warren Ellis

Se desplazaba lento y torpe, aunque con determinación. El viento le atizaba en cada centímetro de su ser; como si un millar de diminutos céfiros quisieran retenerle, alejarle de su objetivo. Nunca antes había realizado ese camino con tanta consciencia como en ese instante y, a cada paso que daba, su mente era medio metro más consciente que en el paso anterior.

Su cuerpo, abotargado y perezoso, no tenía lugar allí: debió haber sido ligero y sincronizado, como es el cuerpo de quien siempre sabe dónde se encuentra; como un reloj de tela volando sobre el mundo y dando la señal inequívoca de que el tiempo llega siempre cuando le toca, porque eso es lo que quiere. Pero no. Su psique enferma y apesadumbrada no podía hacer otra cosa que, en un esfuerzo romántico, convertir su cuerpo en una metáfora plana. Si al menos tuviera manos fuertes.

Prosiguió andando a tumbos, contra el viento y cada vez más consciente. La consciencia no era un buen asunto. Le hacía sentir pesado, defectuoso y totalmente soez. Por un momento, su propio andar le resultó insultante y un ataque contra la armonía, contra su armonía. Con razón el viento le quería lejos.

Medio metro a medio metro, las dudas se agolpaban, hasta el punto de hacerle temblar el labio. Se vio como el niño pequeño que ha visto al gato romper un jarrón: le iba a caer una buena por algo que ni siquiera había hecho. Sabía que la verdad no importaba ahora porque no le creerían, no lo entenderían.

Sólo metro y medio.

El temblor del labio, descontento con su espacio, se extendió como una plaga llegando a piernas y manos. Su respiración fue cada vez más profunda. Dio un paso más. Cerró los ojos. Tomo aliento. Pasó de largo.

Pocos metros más allá volvió a abrir los ojos. El temblor persistía. Lentamente soltó el aire de sus pulmones. Vació su ser para dejar sitio a la vergüenza y la culpa que entrañaba su cobardía. Curiosamente, el viento había desaparecido, como si todo lo que hubiera pretendido fuera hacerle dudar. Su mente voló lejos de allí, unos pocos metros, y, con el poco aire que aun conservaba, susurró:

- Hola... ¿Te acuerdas de mí?

Si al menos tuviera manos fuertes...