jueves, 8 de octubre de 2009

A casa

Trentemoller - Miss you

Llama suplicante, pidiendo consuelo a aquel por el que suspiraba, aquel que siempre estaba y aquel que sigue siendo. Guarda la necia esperanza de encontrar no un arrepentimiento, no una razón, no el más mínimo consuelo, sino lástima. Lástima que calme su sed de amor, de pasión y de abrigo.

Cree en una esperanza sólida, verde, como suelen decir viejas y canciones. Si le viera. Qué irónico resulta: verde y sólo verde es su ropa y pese a todo no le da la menor esperanza. Su voz, incluso fingiendo afectación, suena monótona y manida. Ya no queda amor. Sólo respeto. Un respeto insolente de lo que fue y ya no existe -para algunos-. Un respeto que no consuela, al contrario: mata, como un veneno lento. Veneno en su pecho, veneno en su rostro, veneno en sus muñecas y en sus dedos. Veneno verde, como en los cuentos, donde el veneno siempre es verde y suelta una nube de vapor mortal en forma de calavera. Pero la vida no es un cuento. Aquí el veneno no es verde. Aquí el veneno es rojo, sabe a gloria y siempre repites. No hay nube de vapor que nos advierta; sólo alegría -el líquido-, que tarde o temprano se desbordará, pues es menos densa que la vida.

La paliza del respeto le deja la nariz rota pero es sólo el mal menor. Lo peor es la vergüenza que siente. Una vergüenza pegajosa como pocas que invade con culpa: "¿Por qué no hice otra cosa? La culpa es mía y sólo mía. Nunca debí tomar esa opción." Estupidez y sólo estupidez es lo que experimenta en su afán por encontrarle un sentido al azar. Y, en lo más profundo, sabe que no hay justificación: le han roto la nariz por reivindicar algo que era -y ojalá siguiera siendo- suyo. Estúpida confusión: el veneno no da esperanza, nunca lo hace.

Rompe a llorar de forma repentina, igual que le rompieron la nariz: sin aviso previo, sin esperarlo, sin poder defenderse. Él ya no quiere saber más. Ha perdido algo y no es lo que a ella le gustaría es algo tangible, seco e insignificante que, ahora mismo, vale más que ella. Suplica lástima y atención, sólo para envenenarse un poco más. Pero él ya se ha cansado de darle verde y cuelga.

El veneno se queda en sus entrañas, rotas, sangrantes y sin poder cicatrizar. El veneno no se irá. Escocerá como siempre escuece. Llorará en silencio y se culpará, porque aun es pronto para andar. Es sólo cuestión de tiempo: cuando el color verde en sus entrañas vuelva a ser confuso volverá a él: porque es lo que quiere, es allí donde pertenece y sólo a él quiere volver.

Ella quiere volver a casa.

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